Es imposible describir todas las consecuencias personales que
me trajo el viaje al Manú de 1996 y el
encuentro con Alcir. Mi vida dio un giro tremendo. Ya nada sería igual... Al poco tiempo de esa experiencia ya me encontraba compartiendo mi testimonio y las investigaciones que realizaba sobre el mundo intra- terrestre y el fenómeno ovni por varios países, dedicado a tiempo completo a ello. Había escrito mi primer libro a los 22 años. Todo se había dado muy rápido. Y en mi mente seguía sonando la voz de Alcir en Pusharo, pidiéndome dedicación a la tarea de difundir la existencia de la Jerarquía “antes de que todo fuese entregado”. Lo que debe entregarse o revelarse es el tesoro que protegen en sus Retiros Interior- es: la verdadera historia de la Tierra. Esa información no sería solo para los contactados. Está destinada a ser otorgada a toda la humanidad, aunque el proceso es lento y gradual desde nuestra perspectiva humana.
Pienso que la labor que ha recaído en nosotros, los testigos
de los encuentros cercanos, sólo procura
“activar” el recuerdo de ese pasado. Todos, queramos o no, estamos involucrados con el gran proceso de transformación planetaria. Algo que los Maestros del mundo subterráneo conocen muy bien al ser ellos de- scendientes del remanente atlante o muniano, aunque suene a una locura.
Paititi no es la única “ciudad perdida” vinculada a la
Hermandad en las selvas de América del Sur. Sabemos
de diversos enclaves ocultos bajo el inmenso manto verde. He participado de varias expediciones a esos lugares de poder. Y en ellos sentí la misma energía que Paititi. Como no podía ser de otra forma, el relato de hombres de blanco, avistamientos ovni y los infaltables túneles que recorren cientos de kilómetros, es una constante que no obedece al azar.
Uno de esos lugares que recuerda en cierto modo a Paititi se
halla en Brasil: la Sierra del Roncador.
La desaparición del Coronel Fawcett
En el inmenso estado brasileño de Mato Grosso
(901.420 Km ²) se esconde un enigma tan apasio- nante como el misterio de Paititi. En el corazón de la llamada Sierra del Roncador, se halla el ingreso a un mundo perdido que se protege tras su indócil selva y las flechas de los aguerridos indios del Parque Xingú. Un escenario que parece haber sido extraído de una película de ficción. No obstante, al dar un vistazo a este paisaje, es inevitable asociarlo con Paititi. Más aun al encontrar claros indicios que apuntan a una raza de seres superiores que viviría en las entrañas de la Tierra y que, por si ello fuera poco ―al igual que otros puntos en el planeta que los mencionan― estarían protegiendo los anales de la “verdadera histo- ria del hombre, su origen y misión”. Una afirmación que se repite una y otra vez.
Desde hace mucho se ha mencionado la zona del Roncador como un
paraje que “esconde” uno de los
ingresos a ese mítico y esquivo reino subterráneo. Un punto en el mundo que es rico en diversas leyen- das y, también, en misterios. No gratuitamente, en 1925 el investigador George Lynch sostuvo en la prestigiosa revista Science at Vie que en el inexplorado Mato Grosso se halla el origen de todas las civili- zaciones de occidente. Recordemos que ese mismo año, el Coronel inglés Percy Harrison Fawcett ―meda- lla de oro de la Real Sociedad de Geografía de Inglaterra y jefe de la comisión encargada de delimitar las fronteras entre Perú y países vecinos― llevó a cabo una arriesgada expedición hacia aquellas selvas indomables. Un viaje del cual no regresaría.
Arriba: fotografía del Coronel Fawcett
La desaparición de Fawcett, debido a sus intachables
credenciales y reconocimientos, encendió un interés
inusitado en esta región del Brasil. Más de un investigador se preguntaba qué diantres había ocurrido con este Coronel, que más tarde inspiraría al propio Steven Spielberg el hoy famoso personaje de Indiana Jones, quien, al igual que Fawcett, se zambullirá en la selva y otros puntos del mundo en pos de miste- rios. Lo inquietante es que Fawcett partió en busca de una ciudad secreta en el Roncador, denominada por él “Z”. Y hasta la fecha, a más de ocho décadas de su expedición, no se sabe a ciencia cierta qué pasó con el avezado Coronel, que desapareció de pronto en medio de las selvas del Xingú con sus dos acompañantes, su hijo Jack, de 22 años, y el fotógrafo Raleigh Rimmel. Un detalle intrigante en torno a su desaparición fue revelado en 1952 por otro de sus hijos, Brian, quien afirmó, con seguridad aplastan- te, que si su padre entró en aquella ciudad perdida que buscaba, la “gente” de allí no le habría dejado salir... ¿Quiénes no le habrían dejado salir?
La propia esposa del Coronel había sostenido que cuando vivían
en el extremo Oriente aparecieron unos
“hombres extraños” que le anunciaron hechos extraordinarios para el futuro de toda la familia, anticipan- do, incluso, el destino de Fawcett. Esos hombres serían “emisarios” de la Hermandad Blanca o Academia Invisible que vigila el mundo. A todo esto se sumó el descubrimiento científico de Machu Picchu por Hiram Bingham, en 1911, hecho que daría al Coronel mayor fuerza a su convicción de partir al Roncador, años más tarde. La “invitación” de aquellos misteriosos personajes y la noticia de Machu Picchu fue el primer estímulo. Pero no el único.
El nombre “Roncador” se debe a los extraños sonidos que
parecen surgir del suelo. Un hecho inexplicable
en el lugar ya que el viento no puede generar tremendos fragores que parecen generarse en las entra- ñas. Ya se ha descartado cualquier tipo de actividad sísmica en la zona. Entonces, ¿quién o qué genera esos sonidos, que a veces son metálicos o mecánicos? Estos datos fueron interpretados por Fawcett como el indicio de actividad de un mundo subterráneo.
El explorador, desde luego, sabía que en Brasil ―así como en
otras regiones aún sin investigar de América
del Sur― yacían escondidas ancestrales ciudades de piedra, ocultas bajo el conveniente manto selvático. Ya en sus viajes por el continente, Fawcett había oído hablar de “indios rubios, de ojos azules”, como remanente de una cultura olvidada que llegó desde tierras muy lejanas luego de un cataclismo. Aquel hilo lo aventuró en 1921 a la búsqueda de la ciudad perdida de Bahía, también en Brasil. Pero lo cierto es que al margen de su silenciosa pesquisa ―poco se sabe en realidad lo que encontró Fawcett y decidió callar― existe un centro arqueológico en Bahía, concretamente en Igatú, cerca de Andarai en plena meseta Diamantina. Algunos la conocen como “La Machu Picchu de Brasil”.
Es importante echar un vistazo a ese misterio en Bahía por
cuanto es la ciudad que aparece en el
“manuscrito 512”, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. La existencia de ese encla- ve, y las revelaciones del polémico texto, pusieron a Fawcett tras una “pista” que él creía lo llevaría a una ciudad de piedra abandonada, en donde reposaría la clave para ingresar al mundo intraterrestre.
El Manuscrito 512
Habría aparecido a mediados del Siglo XIX, con el
controvertido título: “Relación histórica de una oculta y
gran población antiquísima sin habitantes que se descubrió en el año 1753”.
El documento, carcomido en parte, inicia su relato narrando
una expedición de bandeirantes al interior del
Brasil. Aquel grupo había partido de Sao Paulo. Se cuenta allí que gracias a un venado blanco ―que salió de la nada― fueron guiados hasta las mismísimas ruinas de una ciudad de piedra. Los aventureros, luego de haber sorteado un valle de tupida selva e innumerables ríos, se hallaron atónitos ante una entrada for- mada por “tres arcos de gran altura”, coronados con inscripciones. Entonces decidieron entrar. Y allí descu- brieron, en el centro de una plaza de esta ciudad abandonada, una columna de piedra negra, coronada por la estatua de un hombre señalando con la mano derecha, en dirección norte...
El manuscrito narra otros detalles extraordinarios de esta
expedición que aumenta aún más la intriga. El
relato, sin duda, empuja a cualquiera a lanzarse en busca de aquellos misterios. Pero, ¿quién fue el autor? ¿Y hacia dónde apunta la presunta estatua humana que hallaron? Penosamente, al hallarse parcialmente carcomido por las termitas, ciertas partes del documento se perdieron y se pensó que entre ellas estaba el nombre de quien lo redactó. Ante ello, algunos historiadores, como era de esperarse, dijeron que todo era un fraude. Sin embargo, era cuestión de tiempo y estudio dar con el nombre del autor de “512”. El histo- riador Pedro Calmón, luego de un minucioso trabajo, logró identificar al autor del manuscrito: el capitán Joao da Silva Guiamares, fallecido entre 1764 y 1766.
Arriba: Fawcett sostenía la existencia de anacondas gigantes en la selva amazónica.
El texto, originalmente, había sido descubierto en las estanterías de la Biblioteca Pública de la Corte de Río de Janeiro. Más tarde se reprodujo, aunque parcialmente, en el primer número de la revista del Instituto, exactamente en el año 1839.
Fawcett conocía al dedillo la narración de aquel insólito
documento de apenas 10 páginas, pero que conte-
nía la información suficiente para orientar al Coronel hacia otras ciudades perdidas en el Brasil. Actualmente, el Manuscrito 512 continúa entre los archivos de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, en la sección “manuscritos”, serie “obras raras”. Y es así: quedó solo como una obra rara.
No obstante al misterioso texto, el estímulo más poderoso con
que contó el Coronel para penetrar final-
mente el Mato Grosso, fue otro. Y quizá tan inquietante como el relato del mismo manuscrito.
El atlante de basalto
El hecho que motivó finalmente a Fawcett a partir
en busca de “Z” en la Sierra del Roncador fue una extraña estatuilla de estilo egipcio, hecha en basal- to negro (roca volcánica vitrificada), que llegó a sus manos gracias al famoso novelista Sir Rider Haggard ―autor de la fascinante obra “Las minas del Rey Salomón”― quien la consiguió, precisamente en el Brasil, a fines del siglo XIX. Una estatuilla de basalto que recordó a Fawcett el relato del Manuscrito 512: una piedra negra que se alzaba en medio de la ciudad de piedra, con la figura de un hombre sobre ella seña- lando al norte… ¿Podía ser una casualidad? ¿También era de basalto esa estatua?
Para averiguar si había alguna conexión, el Coronel
recurrió a una discutida investigación psíquica por re- comendación expresa de sus amigos de la Sociedad Teosófica. Así, a través de la psicometría, se determinó que la extraña estatuilla (de unos 25 cm. de altura), venía de la Atlántida. Supuestamente, fue rescatada por un superviviente que la mantuvo a su custodia en una ciudad de piedra construida en la selva de Brasil… Lo curioso es que la estatuilla representaba a un sacerdote sosteniendo una tabla con 24 extraños signos. Al parecer, Fawcett logró descifrar 14 de estos símbolos al hallarlos en piezas de cerámica prehistórica, también halladas en Brasil. Y se piensa que utilizó esta información para alcanzar su objetivo. Aquella escritura, se dijo, era una especie de “contraseña” o “password” para entrar en el mundo perdido del Roncador. Aunque todo esto suene tan raro y fantasioso, hay que decir que existen diversos estudios serios sobre la inscripción que esgrime la estatuilla.
Arriba: representación de la estatuilla de basalto. El
“sombrero” del personaje recuerda es casco de Alcir. Y
los símbolos de la tabla que sostiene se asemejan a los que muestran algunas de las láminas de oro halla- das en la Cueva de los Tayos. (1980), se adentra de lleno en el misterio de esos signos. De acuerdo a su opinión ―y hay que decir que es un experto mundial en escrituras ancestrales― por las complejas y exactas características que mues- tra la estatuilla como “lenguaje arcaico”, constituye una prueba de su autenticidad.
Por alguna razón, esa estatuilla llegó a manos de Sir Haggard
para que, finalmente, Fawcett la posea
como la ratificación de un viaje que venía pensando realizar. El objeto ―como si se tratase de una profe- cía― acompañó al osado explorador inglés en su último y extraño viaje al Mato Grosso. ¿Tenía que devolverlo a su lugar de origen?
Matalir-Araracanga: la ciudad que truena
Aquel es el nombre nativo con el que se suele identificar a la
ciudad intraterrestre del Roncador. Como
mencioné anteriormente, debe su denominación al extraño ruido, a veces como de “truenos”, y otras ocasiones como de “máquinas”, que parece surgir del suelo. Matalir-Araracanga sería la presunta insta- lación subterránea que genera aquellos “sonidos imposibles”. Pero no necesariamente se trata de tec- nología de los intraterrestres. Algunos místicos suponen que en verdad nos encontramos ante mantras o “cánticos sagrados” de los habitantes subterráneos del Roncador. Como fuere, este fenómeno de los “sonidos” ha sido reportado en otros puntos similares en todo el mundo, incluyendo el propio desierto de Gobi.
En el caso del enclave que comparte China y Mongolia, se ha
oído muchas veces que las caravanas que
atravesaban el desierto asiático escuchaban un “canto antiguo” salir de las entrañas de la tierra. Inme- iatamente todo quedaba en silencio. Hasta los animales que venían con la caravana se calmaban. Incluso el viento, frecuente en aquellos parajes, también, misteriosamente, desaparecía. Al cabo de unos instan- tes más, todo volvía a la normalidad… Entonces los lamas allí presentes afirmaban que este hecho suce- de cuando el Rey del Mundo, el Supremo Maestro de Shambhala según sus creencias, está orando por la humanidad. ¿Ocurre lo mismo en Roncador?
Sólo he citado aquí los datos más resaltantes que envuelven a
ese lugar mágico del Mato Grosso. En
agosto de 2004 tuve la ocasión de estar allí, y puedo dar fe de los “sonidos” y avistamientos ovni que se ven en la zona. Y un sinfín de relatos de gente que desapareció buscando la entrada al mundo subterrá- neo o al propio Fawcett.
Arriba: Expedición de Ricardo González con un equipo
internacional en Sierra del Roncador (agosto 2004).
Una de las expediciones más sonadas se llevó a cabo en 1996,
bajo la iniciativa del empresario brasileño
James Lynch. Pero el tipo no tuvo mucha suerte: los indígenas secuestraron a todo el equipo durante varios días, y sólo fueron liberados tras pagar un cuantioso rescate. No obstante, ello no quiere decir, necesa- riamente, que una suerte similar corrió la expedición del intuitivo Coronel.
Quizá, Fawcett no murió bajo un inesperado ataque de los
indios, o picado de muerte por alguna víbora.
Nunca se halló su cuerpo. Sólo algunas falsas noticias del supuesto cráneo del Coronel que pronto fue- ron desmentidas desde Inglaterra al comparar el hallazgo con los registros dentales en el Ejército al que sirvió en la Primera Guerra Mundial. ¿Y si el Coronel llegó a su destino, siguiendo los acertijos del Manus- rito 512 y el mensaje secreto de la estatuilla de basalto? Al menos así lo pensaba su familia.
El misterio de los discos solares
En la medida que fuimos acudiendo a estos lugares de poder, se
nos fue instruyendo sobre la existencia
de una “red de discos” que se hallaría conectada al Gran Disco Solar de Paititi. La primera vez que se me habló de ello fue en febrero de 2001, en un encuentro cercano extraterrestre en el desierto de Chilca, famoso enclave de la costa peruana por sus avistamientos ovni. En la experiencia se me dijo que no sólo existía un disco en la ciudad perdida de los Incas, sino otros 12 que forman parte de una red que está “uni- da por fuertes lazos de energía”. Esa red de 12 herramientas sobrenaturales, que se suma al Gran Disco Solar de Paititi, estaría siendo custodiada en 13 santuarios subterráneos entre los que se halla el pro- pio Roncador. Así, comprendimos que buena parte de los centros de la Hermandad Blanca que visitábamos estaban unidos por la existencia de distintos discos solares. Ello explicaba muchas cosas, desde algunas le- yendas que sugerían artefactos en otros lugares a la percepción de que en el lago Titicaca aún permane- cía el presunto disco de Aramu Muru. ¿Se trataba de discos distintos? ¿Entonces, cuál es su origen? ¿Para qué están siendo custodiados en el mundo intraterrestre?
En los distintos viajes que llevamos a cabo para conectar con
esa red, como los que hicimos a Mount
Shasta en California, Talampaya en Argentina, o el Licancabur, un volcán cónico situado entre la frontera de Chile y Bolivia, logramos reunir mayor información sobre los discos solares. Pero sería en el Roncador donde obtendríamos la pieza clave.
En una experiencia que me tocó vivir en el denominado “Dedo de
Dios” ―la curiosa formación de roca en
donde se inicia la Sierra del Roncador― accedí a una información que sería clave para entender el me- canismo de acción de esos discos.
A través de un ejercicio de proyección mental hacia el
interior del santuario subterráneo del Roncador,
logré observar un disco similar como el que Alcir me había mostrado en las selvas del Paititi, pero diferen- te en los símbolos que mostraba y en su energía. Sentía algo distinto en esa pieza dorada que contem- plaba.
―¿Qué sientes al ver este disco? ―me preguntó una voz amable
en medio de mi experiencia.
―Siento que es parte de lo mismo ―contesté―; pero emana una
energía distinta.
―¿Y cómo podrías definir esa energía distinta? ―me inquirió la
“voz”.
En ese momento, con mi frente y manos apoyadas en la pared de
roca del “Dedo de Dios” en Roncador ―
tal y como lo hemos hecho en Hayumarca o Pusharo― comprendí lo que me quería hacer “ver” mi invisible interlocutor. Supe entonces que se trataba de “sonidos: esa red de discos poseía trece tonos o frases mu- sicales que guardan un propósito concreto.
Y en ese instante de comprensión “escuché” los trece sonidos.
Pero fue cuatro meses más tarde, en una nueva experiencia de
contacto en Tierra del Fuego ―exactamente,
el 13 de diciembre de 2004, en Bahía Lapataia― que se nos confirmó lo que “escuché” en Roncador: se trataba de un mantra que unía esos trece tonos en un solo canto sagrado. El mantra de los discos sola- res. Fue así cómo se recibió.
Era el inicio de una nueva etapa de trabajo por todo el
mundo...
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"Si fueramos los unicos en el universo, seria un gran desperdicio de espacio" Carl Sagan. Que pequeño seria Dios, si despues de haber creado este inmenso universo, poblara solamente este pequeño planeta tierra. Ese no es el Dios que yo conozco" Papa John XXIII
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lunes, 9 de junio de 2014
El Enigma de Roncador: ¿un mundo intraterreno?
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